Siempre se ha dicho que el rugby es un juego de villanos jugado por caballeros y el fútbol, un juego de caballeros jugado por una pandilla de gamberros. De acuerdo. A veces es al revés, pero son pocas veces. La diferencia es que, en nuestro país, el deporte más popular es el fútbol, contrariamente a otros países, como los anglosajones (y, mira por dónde, la Cataluña del norte), donde el deporte rey es el rugby. Y cuando un deporte reina, se convierte como un espejo donde se mira la gente, un ejemplo que los niños quieren imitar, una emoción colectiva.
Podemos ganar, como lo hemos hecho últimamente, o perder, como desean más de tres cuartas partes de los espectadores más probables. Y se puede ganar o perder como caballeros o como gamberros. Es decir, se puede ganar como gamberros (se dan casos) y perder como gamberros, y ganar como hidalgos-que, como concepto, prefiero al de «caballeros» – o como gamberros. Todo es cuestión de triar.S ‘acerca ahora el tiempo de las grandes emociones. Grandes y pequeños nos congregó a los estadios y las ventanas electrónicas (televisores, iPads, etc.) Para mirar cómo ganan o pierden nuestros representantes simbólicos. Ya están preparados los uniformes, las banderas, los mensajeros, los jugadores, los capitanes y las tropas. Se estudian estrategias, se espía al enemigo, se buscan aliados, se prueba de desmoralizar del mismo. También es la hora de los negocios. Publicidad y medios de comunicación convencionales esperan reponerse, por lo menos un poco, de las dificultades actuales. Soplan vientos de batalla, de épica y de sabios de barra de bar.
Yo, personalmente, prefiero no hacer nunca el gamberro. Como en Guardiola, Xavi, Puyol, n’Iniesta, en Valdés y todos los que comparten los valores de la Masía. Quiero que mis hijos puedan sentirse orgullosos. Los otros, que hagan lo que quieran o lo que puedan. Porque, de hecho, no hay más impotencia que la que no le queda más remedio que expresarse con violencia, ¿verdad? Pues, hala, manos a la obra.