El siglo XVIII, el filósofo polaco Artur Schopenhauer escribió un libro titulado «El arte de tener siempre la razón», que los oradores de la pasada moción de censura contra Mariano Rajoy habrían hecho bien en leer antes de subir al atril del Congreso de los diputados.
La obra sale citada en la película francesa «Le Brio» ( «Una idea brillante», en castellano) que, lejos de ser una simple obra ligera, pone boca arriba el actual sistema de comunicación, más identificado con la práctica desaforada de Twitter que al sofisticado arte de la retórica.
La retórica fue profundamente odiada por Platón y, sin duda, por Séneca, pero como herramienta de trabajo es imprescindible para el desarrollo profesional de abogados, políticos, predicadores, actores, periodistas y vendedores de todo tipo, entre otros artistas de la palabra. Los buenos discursos crean las percepciones necesarias para construir una imagen favorable a cualquier persona, proyecto o colectivo humano que lo necesite. Es decir, todo el mundo. La imagen es la base de la reputación, y la reputación es la que finalmente construye la autoridad.
Quien exhibió más autoridad al debate de la moción de censura? Se puede contestar a esta pregunta sin añadir cierta dosis de emotividad? Dicen los entendidos que la postmoderna sociedad del espectáculo en la que estamos inmersos, la ética percibida es la que vale. O dicho de otro modo, es mejor parecer bueno que no serlo.
El problema de los espectáculos, sin embargo, es que si no lo haces muy bien se te acaba viendo el plumero. Y aquí es cuando también se te ha acabado el discurso, las percepciones, la imagen, evidentemente, la autoridad, moral y material. Ya se sabe, a veces las apariencias engañan.
Que tenga un magnífico mes de junio!