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Editorial: El estirón

  • 01 Nov 2012
  • Opinió
per Toni Rodriguez Pujol
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Iniciamos el último empuje de un año que seguramente pasará a la historia de nuestras vidas. Llueve, hace frío, el día se acorta y Barcelona resiste en medio de la tormenta, con su imagen internacional de marca más viva que nunca. Cataluña, que volvió de vacaciones con muchas ganas de salir a la calle, inicia este noviembre un proceso de introspección, que seguro tendrá algún tipo de consecuencias. El conjunto del estado español, sacudido por una crisis económica, política e institucional sin muchos precedentes, reflexiona seriamente sobre su futuro, al margen de los cuatro charlatanes habituales que llaman a la plaza pública. Europa se esfuerza por no fracasar en un proyecto en el que aún se deberá trabajar mucho para que acabe pareciéndose al propósito de sus padres fundadores.

Todo se mueve. Todo cambia. Todo es nuevo y todo es posible. Los países, como cualquier cosa viva, necesitan sacudidas. Pero este estado de agitación no puede ser eterno, y sólo será positivo si se gestiona con calma, tranquilidad y diálogo. Las crisis no son necesariamente malas. De hecho, la peor crisis consiste, probablemente, en negarla y no querer enfrentarse a ella. A menudo, las fiebres de los adolescentes son las que los hacen crecer. Son estados del cuerpo y del alma que no se solucionan nunca a gritos, ni con amenazas, ni con posiciones irreductibles. La violencia, aunque «sólo» sea verbal, sólo genera violencia, al igual que la miseria sólo genera miseria.

Deseamos, pues que vuelva a salir el sol, que la lluvia haya servido para proveernos de recursos vitales y que todos juntos podamos seguir trabajando sin ruido, algo mayores y más sabios, que es lo que pasa cuando ya te has desahogado y te baja la fiebre.

Es así como se pegan los estirones.