Cerramos este año tan difícil con dos buenas noticias: la celebración del 30º aniversario de Intermèdia y la incorporación de IP Comunicación a nuestro proyecto. Esos dos hechos relevantes, más la presentación de mi última novela sobre periodistas y políticos de la transición, conforman un paisaje positivo, de conmemoración necesariamente telemática, que tenemos mucho gusto en compartir con vosotros.
Pero, recordemos, no son las agencias de comunicación quienes deben ser noticia, sino la actividad de sus clientes que, de uno u otro modo, son quienes nos estáis leyendo.
Dicen que el cronista Heródoto de Halicarnaso, que vivió hace 2.500 años intentando explicar su mundo contemporáneo, fue el primer periodista de la historia. O por lo menos, el primer periodista conocido, dado que, probablemente, gente inquieta y deseosa de saber qué hacen los demás, por qué lo hacen y cuáles son las consecuencias, ha habido desde que la humanidad se puso en pié y ganó perspectiva y campo visual.
El problema es cuando el intérprete de estas realidades deja de ser un observador para convertirse en protagonista. Es el caso de un antiguo colega de trágico final, las aventuras y desventuras del cual acaban de ser publicadas por el historiador Jordi Amat en «El hijo del chófer», en forma de biografía novelada. Posiblemente, el pecado original del alocado Alfons Quintà no fuera el despotismo, ni la misoginia, ni el impulso vengativo que lo llevó a ir cambiando de amigos y aliados a cada nueva crisis profesional sobrevenida. Con toda seguridad, en este caso, como en tantos otros, el origen de la tragedia radica en la perversión del oficio de periodista (y / o del comunicador) que no teniendo suficiente con contar las cosas, anhela convertirse en su artífice.
Afortunadamente no abundan casos como este. La lástima es que sean tan llamativos.
Feliz mes de diciembre, y feliz Navidad.