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El viento de Estremera

  • 08 Feb 2018
  • Opinión
per Albert Ortas
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El pasado sábado fui al centro penitenciario de Estremera para visitar al amigo y ex compañero Joaquim Forn, conseller de Interior hasta el pasado 2 de noviembre, fecha en que fue encarcelado. Pronto cumplirá 100 días de prisión, compartiendo celda con su colega y vicepresidente del govern, Oriol Junqueras.

Hacía un día soleado y bastante ventoso. Cuando llegas a Estremera notas la fuerza del viento. Un viento que transmite soledad y tristeza.

La prisión está situada a pocos kilómetros del municipio que lleva su nombre. Estremera es un pueblo de la Comunidad Autónoma de Madrid, con una población de cerca de 1300 habitantes, en el límite con Castilla-La Mancha. El centro penitenciario fue construido en 2008, y a pesar de conservar unas infraestructuras y unos servicios bastante nuevos el frío está presente en todos los espacios que atravesamos.

El camino hacia el centro penitenciario es ciertamente monótono, el paisaje es árido y con pocos cambios. Sólo algunas mesetas dificultan ver una llanura del todo extensa.

A pocos quilómetros de la cárcel, llegamos a la parada obligatoria para reponer fuerzas. El Mesón El Quijote es un restaurante de menú diario regentado por un catalán de Terrassa, padre de dos hijos que viven en Catalunya. Su mujer, originaria de Cádiz, lo tiene claro y no oculta sus sentimientos: le gustaría regresar a Catalunya. “Vinimos aquí a ganarnos la vida, pero añoranza y ganas de volver no nos faltan”.

El Quijote ha terminado siendo un punto de encuentro de referencia para todos quienes pasan por la carretera o van a visitar a alguien en la cárcel de Estremera.

Pronto son las 16.00h. Tiempo justo para acreditarse y pasar todos los controles de seguridad. Las visitas de los sábados comienzan puntualmente a las 16.30h, pero los sistemas de seguridad y los protocolos de acreditación son lentos y pesados y hay que llegar un buen rato antes.

Llega el momento del encuentro. Familiares y amigos se acumulan ante la puerta del pasillo que nos conduce a los pabellones donde residen los presos, donde aguardan Quim y Oriol. Mientras dura la caminata surgen conversaciones paralelas sobre los hechos ocurridos y las noticias que han ido sucediendo en los últimos días.

Son momentos de corta duración, pero llenos de ilusión y alegría para todos quienes entramos. Sabemos que disponemos de 40 minutos de conversación libre. Toda una bocanada de aire fresco si tenemos en cuenta el espacio donde estamos. Se convierten en los minutos más ansiados y esperados de toda la semana.

Hablar con Quim a través de una mampara de cristal con un teléfono como único canal de comunicación no resulta del todo fácil. Sólo queda interesarse sobre su estado de ánimo, escucharle, saber si está bien y listarle los recuerdos que nos han dado amigos y conocidos que le recuerdan cada día.

La ilusión por verle es máxima y él nos recibe con una sonrisa y en actitud de esperanza. Está fuerte, tiene buen aspecto y sólo nos pide una cosa: “no dejéis de explicar a todo el mundo que tengo muchas ganas de salir de aquí“.

Ya de salida, todos coincidimos en haber visto a una persona resistente, que mantiene la entereza y el sentido común que siempre le han caracterizado. A pesar del momento difícil que vive, Quim es ordenado en sus ideas, perseverante en su trabajo y fiel a sus principios.

En la cabina de al lado está Oriol, que también recibe la visita de unos amigos, entre ellos el político mediático Gabriel Rufián. Serios y atentos a la conversación que mantienen con el líder de ERC.

Y es que en la cárcel tienen mucho tiempo para pensar, reflexionar y sacar conclusiones. Pronto serán 100 días. Su día a día es convivir con gente que ha cometido crímenes.

De repente, se corta el sonido. Debemos marcharnos. Han transcurrido los 40 minutos de permiso. El personal que trabaja en la cárcel nos invita muy amablemente a abandonar la sala de visitas. Es el momento más triste, cuando te despides, primero tocando el cristal y, después, con un adiós lejano.

Aquel sabor dulce que mantienes durante toda la conversación se transforma rápidamente en el sabor amargo de cuando toca decir adiós. Salimos fuera y el viento de Estremera sigue soplando. El primer pensamiento que me viene a la cabeza es el deseo de que este viento de Estremera cambie de dirección cuanto antes.

 

Albert Ortas

(Joaquim Forn y Albert Ortas trabajaron doce años juntos en el Ayuntamiento de Barcelona, donde han compartido, en el ámbito profesional y personal, alegrías, ilusiones y tristezas. Que lo puedan seguir haciendo por muchos años).