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Editorial. Enamorarse de un algoritmo

  • 31 Ene 2018
  • Opinión
per Toni Rodriguez Pujol
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Leíamos ayer un post de Marc Vidal que predice el ocaso de una de las figuras aparentemente más avanzadas de la comunicación en el campo de la moda y la venta al por menor, los «influencers». Dentro de unos años, viene a decir, no será necesario que pienses que tienes que ponerte mañana por la mañana cuando salgas de casa. Tendrás un asistente virtual que, según las actividades previstas en su calendario, elegirá por ti la ropa, el calzado y los complementos que necesitarás. No será igual si te vas de viaje que si te vas de excursión; si tienes una comida de negocios que si tienes una cita romántica; si llueve o si hace sol; si hará frío o si hará calor. Y no sólo te organizará el armario y las mudas, sino también las compras. «Faltan calcetines, pero no te preocupes, que yo te los compro y mañana ya los tendremos en casa».

Dice el autor que se agobia mucho cuando tiene que pensar qué ponerse. Me gustaría saber cuánto se agobian, si es que se agobian, las grandes firmas de moda que tienen tiendas a pie de calle cuando leen estas cosas. Por los «influencers» ya no sufro tanto, porque son gente acostumbrada a reinventarse continuamente y estoy seguro de que encontrarán su propia salida.

Pero nosotros, ¿estamos realmente preparados para un cambio cultural tan radical? ¿Acabaremos desarrollando algún tipo de afecto por nuestro asistente virtual, de mismo modo que lo hemos sabido desarrollar por la farmacéutica de la esquina? Nos acabaremos enamorando como el pobre Joaquín Phoenix enamoraba de la voz de Scarlett Johansson en «Her»?

Leyendo el post me vino a la mente el recuerdo de una visita de trabajo que hice la semana pasada con la responsable de innovación de Intermedia, Aina Rodríguez, a una agencia amiga de inteligencia artificial que se llama Gestoos. Sus responsables, Pau Molinas y Jorge Juan, nos explicaron cómo se las arreglan para interpretar el lenguaje gestual de una persona situada delante de unos sensores capaces de captar deseos o necesidades no expresadas verbalmente. Por ejemplo, si te quitas la chaqueta, te baja la temperatura de la calefacción. Es evidente que para ello se han tenido que codificar previamente una cantidad ingente de expresiones faciales y corporales e incluso estados de ánimo que, además, aunque son diferentes en algunas culturas diferentes. «Desmond Morris», me salió del alma. «Antropología en estado puro!»

Puede que nos acabemos enamorando de tanta innovación. Después de todo, la gente tenemos tendencia a enamorarnos de todo aquello que nos hace la vida más inteligente y más amable.

Y, como decimos siempre, sin respiración no hay vida, pero sin comunicación no hay vida inteligente. Aquí, en Intermedia, ya hace días que le estamos dando vueltas.

Feliz febrero a todos.