Según explica un wiquilibro muy recomendable editado por el departamento de Psicología Social de la Universidad Autónoma de Barcelona, «aunque cada persona reacciona de forma diferente ante estímulos cromáticos similares, es cierto que hay algunas convenciones compartidas por todos». Por ejemplo, el rojo y el naranja se asocian al calor y, por extensión, a la pasión y el conflicto, mientras que los azules o los verdes remiten a temperaturas más amables y estados de ánimo más sosegados. «Los colores claros provocan la sensación de amplitud y los oscuros limitan la percepción y hacen que los espacios parezcan más reducidos», dice el libro.
Ahora no volveremos a insistir en el tópico del valor mil veces mayor de la imagen por encima de la palabra, pero es innegable que no existe ninguna imagen inocente. Sin ir más lejos, las fotografías que ilustran determinadas informaciones relativas a las conmemoraciones del 1-O, que hubo muchas. La más significativa, tal vez sea la de unos Mossos manchados de arriba a abajo de colores oscuros, más tirando a rojo y naranja que azul celeste, por decir algo. No hace falta ser un experto en semiótica para adivinar la reacción del lector o televidente medio ante esta visión apocalíptica, diametralmente opuesta a la sensación de fiesta cívica y compartida que suelen dejar las manifestaciones anuales del 11-S.
Ha comenzado, pues, una batalla cromática que parece querer superar la ingenuidad naif de los lazos amarillos. Afortunadamente, ha sido una batalla incruenta y de perímetro limitado. Esperamos poderla olvidar pronto para poder disfrutar pacíficamente de todos los colores del mundo.
Feliz otoño.