Ayer cenamos por segunda vez a Llangardaix Sibarita con un grupo de Amigos y Conocidos de InterMèdia (A&C d’InterMèdia). Joan Reig (Cocina de Cabecera) nos hizo un menú típicamente mallorquín, con unas excelentes sopas secas de primero y un taburete con lomillo de segundo, que Teresa Soler (El Llangardaix Sibarita) maridó con una malvasia Cornet 2008 de Banyalbufar y un Alma Negra de Terras de Mallorca que hicieron cantar a los ángeles.
De hecho, no solamente acabaron cantando los ángeles si no también la mayoría de los presentes, inspirados de repente por los efectos acumulados y finalmente desharremados por una impresionante sorbete de mandarinas de Sóller que Teresa nos sirvió como postres. Un último estímulo sensorial que fue acompañado de un cava Brut Rupestre de Berdié, que no es del todo mallorquín (es de Castellví de la Marca), pero que nadie protestó ni un poco.
Hay que decir que la propuesta contenía muchos valores. Unos visibles y otros de escondidos. Entre los últimos, hay que remarcar la ausencia actual de mandarinas en el valle de Sóller, donde hace muchos años era la fruta reina, salvo un trozo salvado para la historia gracias al signore Sandro Desii, que convenció a unos de los últimos campesinos que se dedicaba para que no arrancara sus mandarinos, a cambio digamos de una subvención económica anual. Honor y gloria, pues, al señor Desii, que ahora se dedica a hacer unos helados que son para chuparse los dedos y alquilar sillas.
Otra recuperación histórica que pudimos disfrutar los A & C de InterMèdia, fue la malvasía de Banyalbufar, un pueblecito de 120 habitantes en la costa de Tramuntana, donde los espíritus sensibles todavía podemos disfrutar de un idioma de gran calidad y de una malvasía que antes de la célebre filoxera era conocida en todo el Mare Nostrum.
Los viñedos de Banyalbufar son plantados en unas terrazas construidas por los últimos musulmanes de Mallorca, huidos de la llanura ante las tropas de Jaime I. Son espacios pequeños, que aprovechan mucho el terreno de montaña y no se pueden cultivar industrialmente. Piden una vendimia hecha a mano, que un grupo de entusiastas cooperativistas lleva adelante año tras año con gran esfuerzo e ilusión.
Vaya pues desde aquí nuestro homenaje a los entusiastas y a las personas que han sabido conservar y mejorar para nosotros el vino y las palabras. Dos elementos muy territoriales, que, al menos, anoche permitieron que la conversación fuera amable, la canción entrañable y las ganas de volver, evidentes.