Empecé a trabajar en Intermèdia el verano de mis dieciséis años. Me dejaban hacer algunas tareas mecánicas como la elaboración de resúmenes de prensa, los clippings. En aquel entonces, se hacían recortando páginas de periódico (las que estaban marcadas con un post-it) y haciendo una fotocopia impresa en una hoja que llevaba un encabezado con el logo de Intermèdia, el nombre del medio y la fecha. Después, había que clasificar las hojas según el color del post-it, que correspondía al cliente. El último paso era enviarlas por fax, un instrumento que aún no conocía y que me resultaba bastante inquietante. Tenía una lista con los números de fax a los que debía enviar cada clipping y debía asegurarme de que habían llegado.
Todo esto lo hacía en la primera oficina de Intermèdia, en la calle Luis Antúnez. Aquel despacho —así lo llamaba mi padre y aún se refiere a él de esa manera— ya lo conocía bien porque había pasado algunos ratos de fin de semana allí cuando era pequeña y mi padre tenía que adelantar trabajo. Mi madre, mi hermano y yo lo recogíamos allí para ir a comer, o pasábamos un rato mientras él trabajaba. Guillem y yo nos entreteníamos bajando las escaleras de culo, practicando el abecedario con la máquina de escribir de la entrada, clasificando montones de periódicos o dibujando en hojas de fax.
Aquellos veranos de los dieciséis y diecisiete años, además de enfrentarme a los primeros dilemas de no saber cómo vestirme para ir a la oficina, observé y aprendí de un equipo de mujeres que para mí se convirtieron en un referente. Llevaban ropa de oficina, blusas y vestidos que yo aún no usaba y que me parecían espectaculares. Tenían conversaciones interesantes sobre la profesión, el día a día del trabajo y también se preguntaban unas a otras por la familia. Las observaba haciendo seguimientos con convicción y firmeza, mientras algunas fumaban o bebían su taza de café con leche.
Un seguimiento es una ronda de llamadas que hacen las agencias de comunicación para confirmar que los periodistas han recibido la nota de prensa. El comunicado se había enviado por fax y, sinceramente, a mí me generaba bastante inquietud saber si aquel procedimiento había funcionado. La tecnología ha evolucionado y hoy en día la llamada de seguimiento no es siempre tan necesaria. En fin, el seguimiento es una llamada en la que los primeros minutos son cruciales. Las primeras palabras que pronuncias pueden significar el fracaso de la acción o pueden captar la atención y desembocar en una portada de periódico o en un espacio destacado en el telediario. El recuerdo de los primeros seguimientos que escuché me ha acompañado durante muchos años de trabajo y, cuando he hecho alguno, he intentado ponerme en el papel de aquellas profesionales, imaginándome en aquella mesa de aquel despacho, para hacerlo igual de bien.
Fue más tarde, al terminar mi etapa universitaria, cuando volví a colaborar con la agencia. Primero, de forma esporádica, para apoyar en momentos de mucho trabajo y, más tarde, de forma fija. Eso ya fue en otra oficina, en la calle Entença, muy diferente y, para mi gusto, no tan acogedora. En aquella segunda oficina, las referencias fueron distintas. El equipo que me acogió era mucho más grande y mixto, y las llamadas eran más difíciles de seguir, pero igual de enriquecedoras.
Dejaré esta historia para un próximo episodio de estos Truthful Talks dedicados a mis inicios en Intermèdia Comunicació, haciendo mi particular homenaje a los 35 años de trabajo de mi padre y de un equipo de personas extraordinarias.